París es, seguramente, la capital que más ha inspirado a los artistas. Las calles y rincones de la ciudad por excelencia han sido (y siguen siendo) escenario de películas, tramas literarias y, en general, toda clase de obras de arte. Pero nadie como Eugène Atget (Libourne 1857-París 1927) ha retratado con tanto amor y fidelidad la vida y las calles del viejo París.
Las vanguardias, especialmente el surrealismo, saludaron su obra con el entusiasmo de quien reconoce a un par. El hecho de que Man Ray fuera vecino y conocido contribuyó a ello, coleccionando decenas de aquellas imágenes. Pero no sólo, eso junto a la también retratista Berenice Abbot trabajó por elevar la obra de Atget a la categoría de arte merecedor de ser expuesto en las instituciones. Un empeño no tan distinto al emprendido por Baudelaire para dignificar el mero paseo.
La muestra Eugène Atget. El viejo París (una de las exposiciones artísticas más importantes del verano pasado), con sus fotos escogidas entre un fondo de 4.000 procedentes del Museo Carnavalet de París o la George Eastman House de Rochester (Nueva York), compone un emocionado e inquietante retrato de la ciudad luz... aunque en el París de Atget no deslumbre la luz precisamente. Sus imágenes color sepia en las que se recorre la urbe de finales del XIX y principios del XX a través de las aldabas de las puertas, de las elegantes escaleras interiores, de los callejones alumbrados con farolas de aceite, de los patios perdidos y de las placitas con iglesias tapadas con anuncios publicitarios, de las pensiones sin rastro de estrellas, de los puestos de verduras y frutas y de las prostitutas apostadas en las puertas de las casas de citas.